CRÍTICA A "LA FIESTA DEL CHIVO" de Mario Vargas Llosa
Crear una ficción, inventarla, atribuirla a unos personajes y por último, más tarde, hacerla confluir a la perfección con una realidad histórica que además, es punto de inflexión determinante en la historia moderna, parece ser, desde luego, tarea casi imposible. Mario Vargas Llosa, sin embargo, resuelve la ecuación justamente como si se tratase de matemáticas; ciencia exacta, de resultados irrefutables, que escapan al debate, como “La fiesta del Chivo”, una novela que no admite reprobaciones. Alarde de una fluidez narrativa que genera verdadera adicción, disfrazada al mismo tiempo con atuendos de sencillez, de un lenguaje escueto que se tiñe, a veces, de las más perfectas y convenientes descripciones. Trampa que introduce al interesado en una lectura ávida, devoradora, intención primera y última de la gran literatura. “La fiesta del Chivo” es un vaivén de tiempos, de sentimientos, de pasiones; tapete sobre el que se muestran los más importantes asuntos de la existencia de cada individuo: sus principios, el amor, la vida y la muerte. Todo sobre un trasfondo político en el que Rafael Leónidas Trujillo, dictador y presidente de la República Dominicana, somete a un país entero bajo su yugo, mientras en las más altas esferas de su propio gobierno se planea, con secretismo milimétrico pero con intención convencida, el más grande plan de conspiración; de transición necesaria hacia la democracia.
Imprescindible.