Cambio

Vamos a levantarnos como todos los días. Saldremos rumbo al trabajo. Por el mismo camino. Nos cruzaremos con la misma gente. Pero el día de hoy es distinto, hoy nos juzgan por haberte olvidado.

Pensaba que lo había soñado. Aunque tenia recuerdos muy nítidos, no de esos que tenemos de los sueños, que son borrosos como sin brillo, que le faltan capítulos y se terminan en el mejor momento. Tenía recuerdos claros. La parada del colectivo, un ranchito enfrente, de madera y sin vidrios. La quinta en el fondo con mandioca, papas, algunos zapallos quizás. Las calles que se juntaban en la puerta de entrada a las minas. Un mundo de un lado de la cerca con el césped corto y flores y otro de vegetación crecida y ranchos pobres al otro lado. El cartel imponente “Comp. Minera Wanda SA”que avisa a los turista que llegaron a destino. Las calles son de tierra, colorada y de entre los enormes árboles que la limitan a ambos lados, salen chicos. De todas las edades, algunos apenas pueden correr y no alcanzan a sus hermanos. Todos están descalzos, los ojos saltones, la piel curtida por la tierra y el sol abrazante del verano. La cara sucia en los más chiquitos y una lágrima en el borde del ojo siempre a punto de caer.
Espero que pase el colectivo que me lleva hasta la terminal de Wanda, los niños juegan en la calle algo parecido a la bolita, pero con monedas, intentan arrimar a una línea trazada al azar. Imagino que quien mas arrima gana.
Todos, todos los niños que juegan en algún momento se acercan y me ofrecen piedras de colores. Uno compra a los mas pequeños y después de repetir varias veces que no. Que ya no queres mas piedras, eligen una y te la regalan.

- Para usted recuerdo de Misiones.

Se te estruja el alma o la conciencia, a esta altura uno no diferencia bien que es una cosa y que es otra. En los últimos días hemos visto infinidad de chicos pidiendo o trabajando. Y el alma esta flojita, cuelga de una hilacha y suelta lágrimas que uno ya no ve, no siente, ni puede controlar.
El colectivo tarda. Los chicos siguen jugando. Discuten uno poco porque alguno hace trampa. Se acerca Nicolás, que tiene unos 10 años, que no va a la escuela, tiene puesta una remera grande y harapienta. Espero que me ofrezca piedras como el resto de sus compañeros de juego y me sorprende.

-¿No me cambia Euros?

-¿Cuántos euros tenes?.

Mete la mano en el pantalón y saca una moneda de 50 centavos.
Ahora estoy seguro de estar despierto, lo tengo que haber soñando pienso, no importa que tan claros sean los recuerdo. No puede ser posible.
Busco de inmediato mi billetera y reviso, están ahí, 50 centavos de euro, sucios. Con los zurcos llenos de tierra colorada.