En 1969, la UNESCO aprobó una resolución que
definía un derecho humano del que no se habla demasiado: EL DERECHO AL SILENCIO. Creo que se refieren a lo que ocurre
cuando ponen una fábrica ruidosa o un campo de tiro al lado de tu casa, o si
una discoteca abre debajo de tu departamento. No significa que puedas pedir que
quiten los temas clásicos de rock que suenan en un restaurante, o que puedas
ponerle un bozal al tipo que tenes al lado hablando a gritos por su teléfono
móvil. Es una idea atractiva, no obstante; a pesar de nuestro innato temor al
silencio absoluto, deberíamos tener derecho al esporádico descanso auditivo,
para experimentar, aunque sea brevemente, un momento de aire sónico fresco.
Tener un momento de meditación, un espacio para aclarar las ideas, es un bonito
concepto de derecho humano. Será por todo esto que YO ARGENTINO, empieza así en
silencio.
En este instante de esclarecedora NO MÚSICA
(porque el silencio es un ruido muy fuerte, el más fuerte de todos) me doy
cuenta que lo supe a los 18 o 19 años, claro que la idea viene a mi mente hoy
cuando ya ha pasado más del doble de ese tiempo. Fue la primera vez que pisé un
estudio de Radio, ese día me fue revelado: LA MÚSICA NO ES CASUAL. Nunca es casual.
Hoy lo se.
Para cada cosa que hacemos, cada momento que
vivimos, en los mejores (los de felicidad), y en los que nos replanteamos
incluso la existencia; hay banda de sonido. Lo que suena a lo lejos, en la
radio del coche, en un negocio, la música ambiental del restaurante de ocasión,
el ringtone del compañero de trabajo, ese sonido que acompaña un momento
particular no llegó casualmente, viene a completar la idea, a resignificar o
simplemente aclarar lo que estamos viviendo. Ninguna canción llega a nosotros
por un único motivo y mucho menos por casualidad, quienes hemos estado, más de
una vez, revolviendo discos o buscado en listas interminables de artistas que
jamás habíamos escuchado antes, lo sabemos muy bien. Cuando un tema musical
llega es por múltiples situaciones, sabemos que diferentes fuerzas confluyen y
decantan en esas notas mezcladas con poesía y que estamos seguros que van a
dejar un recuerdo imborrable que perdurará, incluso más, que las imágenes en
nuestra memoria.
He tenido relación con la música toda mi vida
adulta. No lo planeé así, y al principio ni siquiera fue una ambición seria,
pero así acabó siendo. Un muy feliz accidente, tengo que decir. Es un poco
extraño, sin embargo, que gran parte de mi identidad esté atada a una cosa
completamente efímera. La música es intangible, existe solo en el momento en
que es aprehendida, pero aun así puede alterar profundamente nuestra manera de
ver el mundo y nuestro lugar en él. La música puede ayudarnos a superar
momentos difíciles de la vida, cambiando no solo cómo nos sentimos por dentro,
sino también cómo sentimos todo lo que nos rodea. Es muy poderosa.
Ya en mis inicios me di cuenta de que la misma
música puesta en un contexto diferente puede cambiar no solo la manera en que
el oyente la percibe, sino que puede también darle un significado enteramente
nuevo. Según dónde la oigas (en una sala de conciertos o en la calle), o cuál
sea la intención, la misma pieza musical puede resultar una intromisión
molesta, desagradable y ultrajante, o puede hacerte bailar. Cómo (o cómo no)
funciona la música depende no solo de lo que es aisladamente, sino en gran
parte de lo que la rodea, de dónde y cuándo la escuchas, de cómo es ejecutada o
reproducida, de cómo se vende y se distribuye, de cómo está grabada, de quién
la interpreta, de con quién la escuchas, y finalmente, por supuesto, de cómo
suena: estas son las cosas que determinan si una pieza musical funciona —si
logra lo que se propone conseguir— y qué es.
Cuando
el Flaco Spinetta sacó a la venta Peluson of milk yo estaba en mi último año de
secundario y los inicios detrás de una consola de radio eran inminentes, aunque
yo no lo sabía. El día que se concretó físicamente, es decir entre en el
estudio de control central para sumergirme en ese mundo que ya no me alejaría
nunca más, sonaba SEGUIR VIVIENDO SIN TU AMOR. Pasaron 24 años pero la
sensación al oírla sigue siendo la misma, los recuerdos vuelven y confirmo más
que nunca: La
música no casual.

Después de leer "Como funciona la música" del Músico escocés, David Byrne que es conocido principalmente por su pertenencia a la banda de música pop Talking Heads, de gran éxito durante los años 80 del siglo XX.